Fue una tarde cualquiera.
Pancho había caido hacía unos días a la salida de Filo. Su padrastro estaba buscandole el rastro, pero para un subco de la guardia de infantería la cosa era dificil en esos tiempos de milicos sangrientos y pomposos.
Yo andaba levantado. Hecho mierda de dormir poco y nada. La sensacion de abandono y amargura era inmensa, Pancho era como mi hermano. No encontraba lugares seguros, y trataba de comprometer a la menor cantidad de gente posible
Salvo alguna noche en un hotel de Flores con una compañera, me había mantenido guardado en el Ferrocine de Retiro o viajando toda la noche en trenes dormitando como podía. Tenía una pasada semanal por el control con compañeros de la JP de Pompeya, y algún compañero se arreglaba para avisarle a mi vieja que estaba todo bien.
Esa tarde Perico –un responsable de la UES oeste- me la presentó. Era lo que llamaban “periferia” en ese lenguaje que hoy me suena tan frío, tan choto, tan cruel y alejado de lo que un pendejo debería haber estado viviendo. La cita fue en un bar de Rivadavia a metros de Acoyte
Pertenecía por la cita evidentemente a alguno de los colegios de Caballito: normal 4 o Liceo. La primera mirada nada más fue un puñetazo: alta, morocha, contundente. De contundente mirada desde sus ojos negros. De contundente sonrisa amplia.
En esos momentos cualquier vuelta a lo cotidiano, a lo sencillo, a lo intuitivo era un recreo impagable. Era olvidarse aunque fuera un segundo. Era volver a ser yo. Individual. A tener una vida.
Y eso fue ella en ese instante. Perico nos dejó en la boca de la estación Acoyte. Ella me iba a llevar a su casa un par de días. Sus padres estaban en Uruguay y yo me quedaría encerrado en su casa.
Ella sabía y yo tambien . Ella me llevaba y yo miraba al piso o la miraba fijo a la cara tratando de no ver el camino que fue largo. Subte, caminata, colectivo y taxi. Vueltas y más vueltas que fueron efectivas: mi conocimiento de Buenos Aires me indicó que estaba en algún lugar en Belgrano entre Cabildo y Luis María Campos en la zona cercana a Federico Lacroze, pero –como tenía que ser- no supe exactamente que calle.
Entramos al porche lujoso de un edificio y subimos por el ascensor hasta el palier privado de su departamento.
Ahora si podía, además de hablarle, mirarla más ampliamente. Hoy, 30 años despues, no puedo recordar como dijo llamarse. Pero recuerdo su cara y sus manos. La recuerdo moviendose con soltura, poniendo la pava en el fuego, sacándose el delantal del colegio y dejándome ver todo aquello que yo ya había adivinado.
No te estaría contando esto si no estuvieramos yendo al lugar obvio: me enamoré perdidamente. Sin prevencion alguna, como suele ser a esa edad. Hablábamos fluidamente, como si nos conocieramos de siempre. Primero fue presentacion de gustos, lugares, gente comun.
La noche ganó la tarde gastando el mate y las palabras juntos. Estábamos frente a frente y no se con que excusa torpe le había agarrado la mano para no volver a soltarla. Recuerdo sus dedos nudosos y bellos. La inminencia de lo que iba a suceder y mi timidez hacían que mi vista se clavara en un anillo de plata en su anular. Era una letra M.
En un momento levanté la vista. Su mirada profunda y burlona fija en mi: “¿vas a seguir hablando?”. Adelantó su rostro y me beso. Y despues nos besamos. Nos reimos con la alegría que da el encuentro con el deseo. Teníamos tiempo: insistió en cocinarme algo “antes de ir a la cama” –dijo- dejandome boquiabierto: M tenía 16 años.
Recuerdo que todavía estaba cocinando cuando sono el timbre. El pánico crispado mío. La mirada rápida para tratar de ver donde estaba lo poco que había traido y mirando la puerta de escape más cercana en una reaccion absurda en un departamento.
M atendió el portero electrico con una tranquilidad en la voz discordante con su gesto: “Hola…si… ya bajo a ayudarte…” Colgó el auricular. “Son mis viejos. No se porqué llegaron antes. Te pido que bajes, no sabría que explicarles. Yo voy por la puerta de servicio al garage vos sali por adelante. No se van a encontrar”
Me llevó de la mano a la puerta principal, me dio un ligero beso y cerro la puerta.
Bajé, abri la puerta y encaré la calle. Disciplinadamente caminé mirando el piso, cruzando con cuidado, eludiendo el ruido de avenidas y volviendo sobre mis pasos. Eso,y la frustracion, hicieron que evitara tener datos ciertos que dar llegado el caso.
Los días siguientes no pude sacarmela de la cabeza. Me inventé estrategias: iba al horario de salida de los colegios y la buscaba, volvi a sentarme por horas en el bar de Acoyte. Finalmente conseguí una cita con Perico y le pregunté por ella. “¿me estas jodiendo? Vos sabes perfectamente que no puedo darte datos, ni buscarla por semejante pelotudez…¿querés que eleve una sancion a tu responsable? Estás levantado y en riesgo. Dejate de boludeces…”
Un mes despues lograron ubicar a Pancho en manos de Coordinacion Federal, lo que fue una suerte ya que su padrastro lo cambió por unos turboventiladores con sus ex colegas. Patetico precio se paga por un revolucionario con rango de perejil. Otro amigo cayó poco despues en manos de la Fuerza Aérea y eso propicio el inicio del exilio brasileño
Nunca más supe algo de M.
Teníamos 19 y 16 años