Laura tiene hoy 65. Sigue esbelta como cuando integraba el estable del Colon. No puede evitar emocionarse cuando cuenta su historia...
El 11 de septiembre del '73 nos encontró en Santiago. Yo estaba de licencia en el Colon y aunque volvía constantemente a Buenos Aires, era evidente que me estaba radicando de a poco en Chile. Nos habíamos enamorado sin reservas, 4 años antes. Nos daban las hormonas y daba el ambiente de euforia santiaguina para ello. Nos habíamos casado muy rápido, y conviviamos con la efervescencia del gobuerno de unidad popular.
Yo era ajena en la militancia pero no en el sentimiento. El -en cambio- era puro sentir. Conmigo, con sus amigos, con sus compañeros. No pude despues recordarlo de otra forma que sonriendo. Tengo la sensación que siempre reía. Caminando por la Alameda, cenando en el mercado de su Puerto Montt natal, por la mañana en nuestras vacaciones en Tongoy, siempre reía. Hasta el 11 de septiembre que lo vi llorar por primera vez.
El golpe no nos sorprendió y creímos que si bien iba a ser necesario resguardarse, tendríamos oportunidad de sobrevivir dentro de cierta normalidad. La brutalidad Pinochetista nos sacó del limbo con la velocidad del pánico. Sus compañeros comenzaron a evanescerse. El ambiente era de espanto. Los rumores de detenciones y masacres rápidamente se transformaron en certezas flotando en el Mapocho. Lo peor del odio emergía. Las delaciones entre vecinos eran moneda corriente.
Un amigo nos sacó de Santiago aprovechando una mudanza a Temuco, escondidos entre los muebles. El ya sabía que lo estaban buscando y habíamos decidido -eso crei- mudarnos con su familia a Puerto Montt. Cuando llegamos a Temuco sentados en el parque municipal, comenzó a explicarme que no existía otra salida que el exilio. Que no podíamos salir juntos. Que yo no tendría problemas en cruzar por ser argentina, y que tenía todo arreglado para que el día siguiente cruzara en bus hacia Junin de los Andes. El seguiría hasta Puerto Montt para hacerse de algún dinero y poner a su familia en aviso. Me alcanzaría algunas semanas después en Buenos Aires.
Me quejé de forma, pero sabía que el tenía razón. Crucé facilmente el otro día bajo un diluvio que entristecía aún más a la triste selva Valdiviana y mi alma. Supe que no volvería a verlo.
Las primeras semanas en Buenos Aires pasaron sin noticias de el. Me había dado instrucciones de no comprometer a su familia con llamados y cumplí. Algunos conocidos llegaban para quedarse o bien para continuar viaje a otros lados. En Buenos Aires existían numerosos comites de solidaridad, y era una ciudad segura para los chilenos.
Cumplido el primer mes aproximadamente, se terminó la espera. Un compañero del sindicato en viaje a Europa, pasó por expreso pedido de mi cuñado a verme: "lo siento, lo levantaron de una reunión junto con tres compañeros más, a los pocos días de tu partida. No se pudo averiguar nada. Seguro fue la DINA. La familia te pide que no vayas, el riesgo es enorme, y las posibilidades de saber algo casi nulas". Así de brutal. Así de corto el informe. Así me amputaban el amor.
Los dos años subsiguientes logré ver a algunos amigos en común que continuaban emigrando. Nunca traian noticias. Era lo que luego sería tan argentino: un desaparecido. Su familia estaba despedazada. Los hermanos en el exilio europeo, y sus padres en Puerto Montt.
El año 76 paró definitivamente la migración chilena. Yo seguia bailando cada vez menos, y enseñaba cada vez más. Penosamente mi vida continuaba.
El resto no interesa en detalle, porque no te estoy contando mi historia, sino la nuestra. A fines de los 70 me casé nuevamente con un buen hombre. Un comerciante de buen corazón que me quiso mansamente. A principios de los 80 tuve a mis dos hijos y cerre mis recuerdos. Ellos hicieron bellos, años que podrían haber sido un infierno.
Mi marido murio en el '98. Mis hijos crecian sanamente , sanandome de mis heridas. Así transcurri. Nunca más pisé Chile.
Nunca más hasta el año pasado.
Tuve un impulso: volver a Santiago, irme a Tongoy y recorrer la costa pedregosa, subir a Arica, volar al sur, ver Temuco y Valdivia nuevamente. Y llorar en Puerto Montt.
En Arica pedí una guia telefónica. Las posibilidades que mis suegros estuvieran vivos eran pocas: tendrían más de 85 años. Encontré el apellido -poco comun- y marque el primero de los dos únicos números. Luego de un "aló?" femenino del otro lado, comencé a explicar lo que buscaba.... Casi inmediatamente oigo "¿Laura? ...soy Maria tu suegra, hija?...¿Laura?". Me helé, uno a veces busca pensando que no va a encontrar. Luego de unos minutos comenzamos a conversar: mi suegro había muerto hacía años, mis cuñados habían vuelto a Chile. María tenía nietos y bisnietos. Hablamos casi dos horas. Sin llorar con mi voz, mis ojos lloraban.
Nunca le pregunté por el. Seguía recordando su sonrisa, y no quería certezas. Corté no sin antes prometerle que la vería en Puerto Montt en una reunión familiar. La tarde de Arica estaba diafana y extrañamente fría para la época. Caminé más liviana ya sin llorar. Caminé por horas antes de regresar al hotel por la noche.
Cuando el teléfono sonó pensé en mi hija que me llamaba diariamente. "Hola..." - "Hola mi bailarina...no me cortes..." El saludo cotidiano, el tono varonil, él de vuelta, me golpearon como una maza en pleno pecho. Sentí el impacto doloroso. Sentí fluidos. Sentí latidos y odio. Sentí amor... No puedo explicarlo ya que no lo recuerdo claramente. Me recuerdo repitiendo ¡hijo de puta...! una y otra vez. El con la paciencia que siempre aplicaba en nuestra peleas de jóvenes insistía "Mi Laura, bailarina, mi amor, no me cortes.. escúchame..."
Las explicaciones ... La lenta vuelta a mis sentidos... 5 años detenido, uno clandestino de un lado a otro, el resto con detención efectiva...el exilio interno con libertad vigilada...la instruccion de no contactarme para familias y amigos para protegerme... Más otras cosas que no puedo recordar. Me distraía. Pensaba "¿como puedo seguir enamorada de su voz 33 años después?"... Mientras, el seguia piropeandome sin vergüenzas: Mi Laura, mi amor....
Había viajado a fines de los 80 por fin a Buenos Aires para verme, a sabiendas que estaba casada y con dos niños, y se había vuelto a Chile convencido que no debía "revolverme" la vida...¡que irónia! ¿como podría haber "revuelto" un viento que nunca se había detenido?
El se había casado y divorciado hacía años, tenía tres hijos, y vivia en Puerto Varas. Su madre lo había llamado inmediatamente luego de hablar conmigo, para que el decidiera que camino tomar. (María me confesaría luego que durante toda nuestra conversación rogaba que no le preguntara por el)...
El largo viaje de Arica me trajo cómicas preocupaciones de mujer: ¿como me verá? ¿que pensará? ¡que vieja estoy! luego...¡pero si el tiene que estar viejo, tonta! ¡que puede pretender!
La recepcion del aeropuerto de Puerto Montt me encontró con nervios de adolescente. Sin tiempo a pensar una mano se posó en mi espalda -" bailarina estás hermosa..." Me dio vuelta e inmediatamente me abrazó besandome con las ganas de siempre, como si nunca nos hubiéramos separado. Reparándome el alma para siempre...
Y esta es mi historia de amor.
Con naturalidad Laura me mira, mientras su hija nos mira a ambos divertida por mi cara de desconcierto. Laura me dice ¿querés un café?. Le digo que si, mientras la admiro.